viernes, 29 de abril de 2011

Capítulo IV: Su apellido es "Feliz"

Desde la llegada de Rudolf, la situación de la cabaña había sufrido considerables avances tecnológicos. El conjunto fue reforzado con piedra[1] y en el interior, más cálido que nunca, se había construido una chimenea. Pero uno de los galardones cosechados más celebrados fue el periódico; un simple latigazo de Rudolf al repartidor cerca de la casa de los Smith bastó para enseñarle quién manda ahí.

Rudolf le tenía terminantemente prohibido al Hombre que se sentara en el sofá pese a que había sitio para cinco elefantes tamaño estándar. A pesar de ello, se dejó llevar por la pasión, lo que conllevó que madera y culo feo se unieran en un alarde de comodidad. No duraría mucho.
-Hombre, querido…-le dijo Rudolf en un tono aparentemente amable mientras le apretaba fuertemente el hombro con la mano- ¿Qué haces? ¿Qué coño haces?
-Pues…sent…-fue cortado.
-¿Qué no ves el rótulo ese de allí que pone “Feos No”? –prosiguió con falsa calma mientras le pungía levemente con las uñas- ¿Es que te crees que lo pongo porque me gusta?
-Pero es qué…
-¡Cállate, coño! –Se desató la furia enana- ¿Quién le propuso a quién compartir el hogar? ¿Eh? ¿Eh?
-Pero si…
-¡A mí no me contestes, feo! –Afirmó Rudolf con severidad- ¡Aquí mando yo! Dios…No tienes remedio… -añadió suspirando al cielo.

Gravemente ofendido, el Hombre cedió una vez más y se levantó del sofá con mucho pesar. Su nauseabunda faz reflejaba la felicidad de un entierro y cualquier hombre medianamente sensato hubiera preferido trabajos forzados antes que presenciar el clímax resultante.

-Venga, joder. –Respondió el enano, intentando animarle- No quiero malas caras, ¡que aquí estamos para pasárnoslo bien!
-Tienez gazón…-respondió el Hombre con dificultades, secándose las lágrimas.
-Ahora vete un rato a vigilar el huerto, anda.
-Zzzzzí.

Y el Hombre, un poco más animado, se fue al huerto. Rudolf deslizó la mano por la cara mientras fruncía el ceño a modo de ejecutivo recién salido del trabajo. Se sentó en el sofá y empezó a leer el periódico. Desafortunadamente para él, comenzó por la contraportada y no tuvo tiempo de ver el titular que hacía referencia a ciertos actos vandálicos cometidos en las cercanías de Mumbumbumba. Eran malas noticias a la espera de ser conocidas.

-¡Rudolf! ¡Rudolf! –gritó el Hombre, que entró nervioso- ¡Rudolf!
-¿Qué coño quieres ahora, feúcho? –le respondió iracundo.
-Me dijiste que te avisara si se aproximaban extraños.
-¿Qué?
-¡Hay una mancha rosa gigante ahí fuera que no para de moverse! –añadió contentísimo- ¡Lo he visto por el agujero de la puerta!

Rudolf se encogió de hombros. ¿Una mancha rosa? -Se preguntaba para sus adentros- ¿Qué coño dice este chiflado? Fuera lo que fuere, se levantó del sofá para echar un vistazo. A unos centímetros de la entrada se oían cánticos de felicidad provenientes del exterior. Daban grima. Rudolf abrió la puerta mientras el Hombre, nervioso y expectante, se lo miraba detrás suyo. La supuesta mancha rosa, al principio indeterminada debido a la escasa información verbal, fue tomando relieve. El perímetro de la figura irregular se contorneó hasta el punto de desterrar cualquier duda: era un hipopótamo, y era rosa[2].

-¡Buenos días! –dijo el hipopótamo en un tono que combinaba alegría y estupidez en terrorífica harmonía- ¡Soy el Hipopótamo Feliz! ¡Voy cantando y bailando por el bosque felizmente! Me estaba aburriendo y quería ir a jugar a pelota, pero, ¿sabéis qué? -pasó del éxtasis frenético al abatimiento repentinamente- Yo no tengo amigos… ¿Queréis ir a jugar conmigo? –preguntó mientras daba otro giro hacia la felicidad de gilipollas, como si de un semáforo se tratase.

Cualquier observador atento pensaría que Rudolf le pegaría un par de latigazos o un tiro en la pata izquierda, pero no. Pensó: ¿Por qué no? Jugar a pelota parecía una actividad saludable y, al lado del Hombre tantos días, hasta intelectual. Además, Rudolf no era bobo; sabía que las putadas más feroces eran las que destrozaban la confianza. Para él era semejante a un cocinero que, para deleitarse con un exquisito manjar, antes había que prepararlo laboriosamente. De modo análogo, Rudolf se tendría que ganar la confianza del Hipopótamo  Feliz para después pisotearle. Ya se las apañaría para que su apellido fuese un tanto irónico.



[1] Los malos rumores señalan que entre los enanos y la piedra se oculta una especie de fetichismo. White-Knn, el caudillo de uno de los clanes más importantes del círculo enano, lo desmintió en una rueda de prensa.
[2] Muy rosa. En sus inicios, hubo un intenso debate entre pensadores que acabó en una querella irreconciliable. Algunos analistas han querido ver en ello una maniobra política para eclipsar el escándalo que significó la rueda de prensa de White-Knn. Para ver más sobre el tema, véase Carlitos Marranete, La tapadera de Knn; evidencias irrefutables y pruebas concluyentes.

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